Más vivo que nunca el legado de El Libertador Simón Bolívar
Prensa YVKE Mundial
Jueves, 17 de Dic de 2009. 8:56 am
Este hombre nacido en Caracas-Venezuela, el 24 de julio de 1783, en el seno de una familia de ricos criollos, los Bolívar y Ponte-Palacios y Blanco, estudió de manera no convencional con maestros como Andrés Bello y Simón Rodríguez, pero fue este quién mientras estuvo en Caracas, contribuyó, en más alto grado, a forjar la personalidad de El Libertador. Hace, exactamente, 179 años el padre inmortal de la patria, desapareció físicamente dejando su legado, el cual se ha extendido en diversos ámbitos de la vida cotidiana. Bolívar dejó el mundo terrenal el día 17 de diciembre de 1830, agobiado por las contrariedades, sofocado por las contradicciones políticas y herido de muerte por los sucesos de Venezuela, Ecuador y Bogotá. La historia señala que su muerte la produjo la tuberculosis, pero sus allegados gritaron hasta la saciedad que sus enemigos, con sus actos, manipulaciones y mentiras afectaron su salud hasta llevarlo a donde se encuentra hoy. El Libertador señaló en su última proclama, que ha sido víctima de sus perseguidores y los perdona. Para toda Latinoamérica, su voz es mensaje y su figura es prototipo de las aspiraciones generosas. Los pueblos que liberó su espada, conservan la esperanza de que sus hombres revivan el espíritu de Simón Bolívar y completen su obra. La muerte, misericordiosa, le sorprende en San Pedro Alejandrino, una hacienda cercana a Santa Marta, el 17 de diciembre de 1830. Su última proclama, firmada el día 10, después de haber recibido los auxilios espirituales de un sacerdote, es un elocuente testimonio de su grandeza, de su desprendimiento y de la rectitud de su espíritu. Es, también, y sobre todo, un legado donde señala rumbos hacia el futuro. El Libertador sabía que iba a morir, se preparó dejando un mensaje inolvidable en el que sus últimos deseos los expresaba y el sacrificio de su existencia lo ofrecía, para recomendar el mantenimiento de la unión de la Gran Colombia. LEJOS DE SU PAÍS Dos meses antes de su desaparición física, Venezuela le había cerrado sus puertas, acusándolo de traidor y asesino. Su Caracas le estaba prohibida, su esfuerzo inútil, como el arado en el mar, y la gloria por la que había luchado tanto tiempo se hallaba mancillada por hombres que no entendían la grandeza de su pensamiento ni las verdaderas intenciones de formar una gran patria que se opusiera a las grandes naciones que se levantaban con aires de dominación en el Norte del continente, y esto lo lograban reprimiendo al pueblo. Le acusaban de querer perpetuarse en el poder al sugerir un presidente vitalicio y un senado hereditario. Le señalaban como seguidor de Napoleón Bonaparte en su deseo de coronarse emperador y, de uno y otro lado, se levantaban voces descontentas que debían ser acalladas por las armas. De la Convención de Ocaña conoció el poder de sus opositores y de sus ideas políticas, contrarias a las suyas. Muchos de sus seguidores se habían pasado al bando contrario. Páez, a quien ascendió a general en jefe en plena Batalla de Carabobo; Francisco Bermúdez, a quien llamó el libertador del Libertador; todos le habían traicionado. Y lo que apresuó y aceleró su debilidad fue las noticias de Venezuela donde le aseguraban que sus minas de Aroa, aquellas en las cuales basaba su esperanza de vivir dignamente en Europa, serían expropiadas por el Gobierno venezolano. Al llegar a Santa Marta, el 1° de diciembre, el padre de la patria no podía ya moverse por sí solo. Se encontraba en una silla de manos en la que era trasladado hasta la casa del consulado español o tribunal de comercio, como se le conocía para aquel entonces. Inmediatamente se buscó al médico Próspero Reverend, quién lo describió de la siguiente manera: “Cuerpo muy flaco y extenuado, semblante adolorido, y una inquietud de ánimo constante. La voz ronca, una tos profunda con esputos viscosos y de color verdoso. El pulso igual, pero comprimido. La digestión laboriosa. Las diferentes impresiones del paciente indicaban padecimientos morales. Finalmente, la enfermedad de S.E. me pareció ser de las más grave, y mi primera impresión fue que tenía los pulmones dañados”. El doctor Jorge B.M Night, médico de la corbeta norteamericana Grampus, atracaba en ese muelle por unos días, le observó con detenimiento y diagnosticó “catarro pulmonar crónico, convertido en tuberculosis pulmonar”. Este diagnóstico, sumado al de Reverend, determinaron que al Padre de la Patria le quedaban pocos días de vida. Nueve días después, se apreciaron mejorías en el paciente, al punto de que pidió un notario para dictar su última proclama y su testamento. Caminó por los jardines de la casa y conversó largamente con su médico y con civiles y militares que le acompañaban. El día 17, a tempranas horas de la mañana, sus síntomas se agravaron y a las diez, en el penúltimo boletín del médico tratante, se pierden todas las esperanzas de mantenerle con vida. A la una de la tarde, aproximadamente, sus signos vitales desaparecen, y se procedió a realizar la autopsia. RESTOS DEL LIBERTADOR La voluntad de Bolívar, plasmada en su testamento, elaborado el 10 de diciembre de 1830 en San Pedro Alejandrino, pedía que sus restos fueran enterrados en Caracas, no obstante, hubo que esperar doce años para que se cumpliera su deseo. Los restos, inhumados solemnemente en la catedral de Santa Marta, fueron trasladados a la catedral de Caracas en 1842, en apoteosis presidida por el general Páez y narrada en párrafos neoclásicos por Fermín Toro. De la catedral pasaron, en el gobierno de Guzmán Blanco, al Panteón Nacional, un templo donde predomina la afirmación de su grandeza. En medio de su increíble actividad, la soledad de su espíritu se resentía de la falta de un verdadero amor.
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